Parece mentira. Recuerdo estos días del año pasado. Me pintaba las uñas en el sofá naranja (en secreto) viendo un capítulo antiguo de Skins, mientras el resto de las habitantes de la casa, hacían algo de vida en sus respectivas habitaciones. Y yo solo me digné a sentarme allí, a esperar compañía, de personas, de cosas, de recuerdos..
Recuerdo el pasillo lleno de cajas. Recuerdo el comedor con todo y nada de sentido. Recuerdo mi habitación vacía.. El último suspiro y la última mirada dentro de esas cuatro paredes, justo antes de dar media vuelta para no volver a verlo jamás. Recuerdo bajar a la calle, y mirar como una tonta la ventana desde fuera. Era la primera vez que era el exterior de la ventana, que miraba hacia ella y no desde ella, sentí que toda aquella vida llegaba a su fin en ese mismo instante. Y prometiéndome (o intentándolo) que volvería a ese mismo punto del suelo, di media vuelta y me marché, sin mirar atrás.
Recuerdo esos días del año anterior. Era la primera vez que dejaba mi hogar para siempre, y era la primera vez que lo hacía acompañada. La cena perfecta, en el restaurante perfecto, con el clima perfecto, en la ciudad perfecta, y con la persona perfecta. Luego montamos en el peor tren de la historia, donde una chica amable y maja me cedió el asiento a tu lado. Y lloré. Lloré con miedo, con desolación, con tristeza. No podía hacer más que llorar. No podría imaginarme que esa misma sensación se repetiría un día cada año por la misma fecha. Una sensación indescriptible e indeseable para quien no lo haya vivido.
Seguramente sea ésta mi última noche entre estas cuatro paredes. Pero es tanto el asco y el odio que siento a esta casa que no soy consciente de ello. Mejor así. Ya me tocará el miércoles en mi hogar, en su casa. Y tengo miedo, y sé que he de tenerlo. En vuestra casa dejo toda mi esencia, todos mis sentimientos, todo mi amor. Gracias.
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