He cumplido 24 años. Bueno, ayer. No hubo tarta, casi no hubo regalos, y solo tres o cuatro felicitaciones sinceras. Y una inesperada llamada desde el extranjero que me conmovió.
Me levanté con el peso de los 24 años. El peso que llevo arrastrando un año. Razón por la que he decidido cumplir este año 23, y no 24, que parece que fueron los que cumplí el año anterior. Total, qué le importa a la gente, si nadie lo sabe. Y yo pierdo la cuenta de los años que llevo, y 23 es fácil de recordar. Supongo.
Ya lo dijeron, "la vida pasa, y pesa". Pensé que me pesaría durante mucho tiempo el número 24 en la conciencia, un número 24 con luz fluorescente parpadeante, con un sonido tipo "bit, bit, bit" dentro de la cabeza. Sin embargo desde ayer solo pienso en la montaña de ropa que tengo que planchar esta tarde. Justo lo que debería estar haciendo ahora.
Es una pena que el día de mi cumpleaños, quizá el día que más debería divertirme en todo el año, lo pase sola, frente a una pantalla del ordenador, viendo una serie cualquiera que ofende mi reputación, pensando en la ropa que debo planchar. Sí, un día de estos tendré mi fiesta. Pero no es hoy, bueno, ayer, el día del cumpleaños. (Gracias por la cena.)
Odio mi cumpleaños. y este año más aún. Ni familia, ni amigos que hayan querido celebrarlo conmigo o hacer algo especial. ¿Por qué llamas para preguntarme qué hemos cenado, y no para desearme feliz cumpleaños? Eso me ha dolido. Mucho más que cualquier otra cosa que sucediera ese día.
Sí, qué triste es mi vida. Tan penosa, que me da vergüenza.
La plancha me espera.
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