Era todo cuanto le vestía, junto a su rostro lleno de amor.
Se vistió para no sentir frío, pese al calor que hacía en aquel lugar.
Y yo me quedé embobada mirando sus lavios, y viéndola sonreír por dentro.
Podría escribir tres poemarios detallando la belleza y exquisitez del proceso de liarse y fumarse un porro de hierba.
Estaba tan guapa que hubiera llenado con mi saliva cada hueco de su cuerpo durante toda la noche.
Tan guapa, que dejó de ser efímera para ser eterna. Que me llamó amor sin llamarme, ni emitir ningún sonido.
Tan bella que sentí envidia de mí misma, imaginándome al día siguiente.
Tan preciosa como majestuosa.
Tan linda como delicada.
Y yo la amé,
hasta quedarme dormida.
Para volver a despertarme, y volver a enamorarme.