Nunca te lo había dicho. Ni creo que te lo diga, aunque me gustaría poder hacerlo.
Viniste aquel día, fui la primera (creo) con la que quisiste mantener una conversación. Durante dos o tres días. Me pareciste rara, muy interesante, así que era lógico no hablarte demasiado. Y no volviste en semanas.
Al volver, no hablamos. Solo hablabas con ella, y me dio rabia, he de reconocerlo. Era yo quien quería conocerte, pero en fin, ya se sabe.
Y de pronto el mundo se me cayó ante mis pies. Los días se volvieron grises, negros. En mi rostro no había expresiones, solo había silencio. Me digné a esconderme para intentar desaparecer.
Y en un Madrid rodeada de cientos de personas, "amigos", conocidos que no se atrevían ni querían acercarse, tú, con quien apenas crucé dos palabras, te sentaste a mi lado en la ventana, e hiciste que en mi rostro hubiera una expresión a la que le pude poner palabras.
Tú, desconocida, me escuchaste, me apoyaste y me diste fuerza. Y meses después sigues haciéndolo, y aún me parece totalmente increíble.
Confías en mí. Me guardas los secretos, y haces como si nada ocurriese. Me apoyas. Te vienes y me dejas que te abrace emocionalmente si estás triste o melancólica. Me abrazas y me cuidas. Me dejas pasar tiempo contigo.
Tú, tú formas parte de este camino que intento recorrer, y me sentiría un poco (bastante) vacía si me fuera, o te fueras.
Tú me haces incómodamente feliz.
GRACIAS.
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