No es normal. El martes de la semana pasada (quizás el miércoles.. cuando mi depresión me lo medio-permitió) recogí la habitación. Tiré a la basura (bueno, arrinconé en el rincón de la papelera) papelajos y deshechos. Puse las mantas en el suelo en un rinconcillo, esperando a ser lavadas un día de estos. Recogí sus tres calcetines de debajo de la cama. Puse en su sitio cosas que había en el suelo. Hice la cama (o a menos, puse el edredón sobre ella). Y tiré una por una todas las millones de latas de coacolita que había en el rincón junto a la ventana.
No puede ser, no, que una semana después.. me quedase quieta, durante unos segundos, con la vista fija en un punto cualquiera de la habitación.. Y de pronto.. me di cuenta de que el "paisaje" que mis ojos estaban viendo era lo que era, y no otra cosa: una lata de cocacola negra. Sí. ¿Cómo ha llegado ahí, si quité absolutamente todo?
La respuesta no puede ser otra.. que por generación espontánea.
Digo yo, que la próxima vez podría estar llena, y no vacía. Así al menos me ahorraría bajar al Cepeda, y podría quedarme en casa, enfurruñándome porque no suelta la maquinita.
Lo cierto es que después de dos días, sigo sin quitar la lata. Y no precisamente por vagancia, o síndrome de diógenes.
=(
2 comentarios:
¿Millones de latas? Eres una exagerada. Y sí, podrían estar ya esperándome llenitas y frescas.
Además, soy yo la que baja, ¡jum! Y siempre te traigo algo bonito, ¡quejica!
¿Por qué siempre me dejo mis calcetines favoritos? =( Algún día de estos podrías montar un mercadillo (jipi, claro).
(*)
"...supongo que yo sería verde"
:P
Publicar un comentario