Hacía demasiados días, meses, que no se sentía así. Parecía que tenía un poco de brillo incluso, y durante algunos segundos se le asomaba una tímida sonrisa. Todo era muy extraño.
De pronto, sin saber cómo ni por qué, se puso en pie, y con una mirada relativamente alta, a la altura del suelo, dijo "Señores.. Hoy, sí".
Todos, o uno, quizás dos, miraron atónitos, sin creerlo. Le pareció ver que uno sonreía, pero sólo era un gesto de cumplimiento, de quedar bien. Sólo uno tuvo la valentía de gritar aquella frase. Ella le miró, dudó unos segundos si dejar asomar el llanto que dentro de ella estaba comenzando a estallar, pero nerviosa y temerosa, le miró dudosa, y le sonrió, fingiendo no importarle.
Marchó a sus aposentos. Lentamente fue deshaciéndose del vestido que durante meses llevó puesto, sucio de soledad, tristeza y mediocridad; y lo dejó caer en el suelo.
En su interior no dejaban de repetirse aquellas tres palabras. Se clavaban en ella como si alguien le estuviera dando golpes con un martillo, después de haberlas pasado por el fuego. Así que puso música, para intentar que fuese lo único que se oyera.
Abrió su armario, y sacó de él el vestido. "No podía ponerme otro para una ocasión así. Este es mi pequeño homenaje.. :)", pensó a la vez que sonrió tímidamente, como si alguien le viera. Se sintió bien a medida que se iba vistiendo, viendo cómo se había deshecho del otro vestido, tirado en el suelo. Esos sonidos seguían apareciendo, pero ella lo ignoraba; o fingía que lo hacía.
Se miró al espejo, con su vestido; se sintió extraña, y en parte, bonita. Se recogió el pelo, y se sintió cómoda. Veía cómo en su mirada había ese brillo de antaño, el cual echaba bastante de menos.
De pronto, una gota de sangre brotó de su corazón. Temblorosa, y frente al espejo aún, veía cómo la sangre recorría su impoluto vestido, estropeándolo por completo. Y miles de voces en su interior y exterior le gritaban de nuevo aquella frase, aquellas tres palabras, que ella sabía que jamás podría olvidar.
LLena de rabia, dolor, miedo y lágrimas de sangre, se quitó el vestido con todas sus fuerzas, y lo tiró dentro del armario, de donde quizá nunca debió salir. Y se sintió más desnuda que nunca. Tan mediocre como siempre.
Intentando calmarse a sí misma, se levantó del suelo, debilitada y sin fuerzas. Se agachó, y cogió el sucio vestido que aún estaba ahí tirado. Y se dispuso a ponérselo lentamente.. como quien se viste de soledad, tristeza y mediocridad.
Pensó en secarse las lágrimas, pero no tenía sentido ninguno.
Cerró con llave su puerta. Y se escondió bajo la oscuridad del edredón, de donde nunca jamás volvió a salir.
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Algunos años más tarde, alguien entró de casualidad. Cuentan que lo único que había en aquella habitación era un destrozado cadáver, un vestido triste y otro precioso y roto, y mucha, mucha sangre.